jueves, 30 de noviembre de 2017

Abusos II


He dicho en el texto anterior que el abuso de poder/sexual es una cuestión de naturaleza humana, no de naturaleza de los varones. O sea que estoy también diciendo que las mujeres no se libran de tener la despreciable conducta. Sólo que, siendo los hombres los seres sexuales que somos, hay muy pero muy pocos hombres que se quejarían de ser acosados sexualmente por una mujer; porque dicen por aquí: a quién le dan pan que llore. Y el porcentaje de mujeres abusadoras debe ser mucho menor que el de hombres.

La cosa es que casi todos nosotros estaríamos de acuerdo con la premisa. Y en caso de saber de algún colega que se quejara o denunciara el hecho todos pensaríamos que se trata de un pendejo: ¡pero cómo puede quejarse de eso! 

Recuerdo que unas compañeras maestras no entendían la posición que teníamos algunos hombres al saber que había una maestra que elegía a algún alumno para tener sexo con él. El chico estaba feliz y supongo que sus compañeros inflamados de envidia: ojalá hubiera sido yo el elegido, pensarían. Qué suerte tuvo. 

Pero también, el conocimiento de esta situación hace que algunas mujeres abusen de la condición de supuestamente débiles por cuestion de su sexo. Creo que todos estamos conscientes del poder que tiene un adecuado pestañeo; o como diría mi tía: jalan más un par de pelos que un par de bueyes.

Cuando una mujer te manosea, te da una nalgada por ejemplo, es motivo de risas, de burlas y si te llegas a quejar eres un maricón. Hablo de un manoseo público, frente a otros. Creo que todos sabemos lo que pasaría si un hombre decide hacer la misma broma que su compañera. Ella es graciosa, él un depravado.



lunes, 27 de noviembre de 2017

Abusos


Escribía hace ya más de tres años que todos los hombres tenemos un cerdo dentro –aunque tomando en cuenta la opinión de Woody Allen que dice que el sexo sólo está bien hecho cuando es sucio, debe servirnos recurrir al cerdo interno–. Qué podemos hacer, diosito en su inmensa sabiduría así nos hizo. A su imagen y semejanza decía el padre de la iglesia. Y entonces uno se explica muchas cosas. 

Blasfemias aparte, tenemos un instinto que dicen, nos hace pensar en sexo cientos o miles de veces al día –pero hasta en eso hay diferencias–, que nos hace voltear a admirar un magnífico cuerpo a pesar de ir acompañados o que miremos abstraídos un llamativo escote como si del Santo grial se tratara*. Aunque cualquier mujer podrá corroborar que no todas las miradas son iguales.

Así somos, lujuriosos de cuna. Pero el problema es que los medios (de todo tipo) de esta sociedad no han hecho otra cosa que alimentar al cerdo desde que era pequeño (tenemos tetas y culos por todos lados y a todas horas), y el cerdo se ha puesto enorme y está nutrido.

Alguien ha dicho que la segunda droga más adictiva que existe es la heroína, porque la primera es el poder. Ejemplos hay por todos lados. El poder cambia hasta a los más castos y atolondrados. 

Y, si todos tenemos el gen del cerdo dentro, pero no el sentido común para disimularlo a niveles en que podamos convivir con el sexo opuesto sin resultar una severa molestia –de miradas furtivas y contemplaciones mínimas–, imagínense un cerdo, bien cerdo, y además, con poder. 

Pues... ahí están todos esos abusadores sexuales de los que apenas se conoce a unos cuantos, que creo no representan ni al 10% de los nombres públicos. Los poderosos cerdos que creen que pueden meter las manos y más donde se les antoje. 

Ahí está el botón de muestra de nuestra naturaleza despreciable. El abuso del débil, el abuso de poder. El del rico y poderoso que se cree con el derecho de hacer lo que sea porque cree también que puede comprar lo que sea. Y muchísimas veces sí puede. Compra silencio y compra justicia.


*"Cómo puede ser que me esté fijando en el busto y los muslos de Luisa Tellez", pensé. Sé que es normal en mí y en muchos otros hombres en cualquier circunstancia, aunque sea la más triste o más trágica, no podemos evitar el aprecio visual mas que violentándonos mucho, pero me hizo sentirme como un miserable –en el habla de la adolescencia un guarro– y aun así volví a medirle ese busto con la mirada, fue un instante o dos, y disimuladamente, con ojos tan velados e hipócritas que a continuación los bajé hasta mi plato y comí un bocado...

Mañana en la batalla piensa en mí. Javier Marías.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Hacerla reír


Alguna vez, hace ya más de veinte años, en una revista de pasatiempos y fotografías de chicas con poca ropa, sobre la foto de una bella chica con expresión de inocencia, se leía la frase: Toda mujer prefiere que se le divierta a que se le ame. Y en ese momento, en esos tiempos de inexperiencia vital, podía vislumbrar que amar a una mujer y no tener la capacidad de poder hacerla reír era una cualidad bastante inútil, aunque todavía no sabía la enorme diferencia que existe entre amar y ser amado: la dicha máxima contra el sólo dejarse querer; que a la larga cansa, sobretodo si no ríes con esa persona.

Ahora, que me topo con esta frase que ha posteado una muy querida amiga, pienso en el papel fundamental que tiene la risa ajena en el proceso o el deseo de seducción. 

Desde que uno está en el jardín de niños y ha fijado sus ojos en la niña preciosa que tiene por compañerita, el afán que persigues es el de hacer brotar risas de su boca y que su expresión se vuelva una sonrisa casi permanente si está en nuestra compañía. Queremos hacerla reír. Queremos que piense en lo graciosos/ocurrentes/divertidos que somos, para que en caso de que le llegue a pasar por la cabeza la idea de estar con nosotros como pareja, crea de entrada, que no es mala idea, que se divertirá.

Creo ahora que nuestro objetivo principal no es hacerla reír ni divertirla, es parecer graciosos e inteligentes. Creo que nuestra vanidad está por encima de la situación. 

Aunque finalmente va junto con pegado. Queremos que pase un buen y entretenido rato al lado nuestro y que se dé cuenta de lo graciosos e inteligentes que somos.



martes, 21 de noviembre de 2017

Retrasado



Mis lectores más antiguos, que no viejos, saben que era yo un niño muy aplicado para la escuela, un chamaco con puros dieces en su boleta de calificaciones y diplomas de primer lugar por aprovechamiento escolar. El alumno predilecto de toda profesora. Por tal motivo, mi fotografía siempre aparecía en el “cuadro de honor” de mi grupo, en el patio de la escuela, junto a todos los otros “mataditos” del lugar.

Pero había otro espacio donde mi nombre aparecía resaltado del resto del grupo, en este caso sin fotografía; una lista más bien vergonzosa, que hacía un contraluz risible vista junto a la otra: la lista de impuntualidad. Los más impuntuales del salón.

Cada mes mi nombre tenía cuatro o cinco puntos por haber llegado muy tarde. Porque siempre llegaba tarde a la escuela pero sólo nos contabilizaban los días en que llegábamos diez minutos después de la hora estipulada. Mi madre siempre ha sido impuntual, así que siempre llegábamos tarde a todos lados.

Ahora, tengo la impresión de que llego tarde a todos lados, de que voy retrasado por la vida.

Cuando era niño me di cuenta de que mudé mis dientes mucho después que mis hermanos y compañeros de escuela. Tuve sexo por vez primera después de haber cumplido veinte años y le di un buen beso a una chica sólo algunos meses antes. También comencé a leer con regularidad hasta que tuve esos –ahora lo pienso– míticos veinte años. Igual, el descreimiento religioso apareció al comenzar los veintes. 

Lo que acabo de enumerar es más una broma, aunque dicen que todas las bromas tienen algo de verdad. Lo que realmente me hizo pensar en este retraso (no mental) mío son los años que tuvieron que pasar para que me pusiera a escribir. Pienso en el progreso que pude alcanzar de haber visto que era algo que me apasionaba y me llenaba muchos años antes, o en qué hubiera pasado si hubiera estudiado letras, porque soy consciente de que escribo bien sin haber tomado nunca un curso de escritura o cosa parecida. Y me frustra un poco. Incluso el terapeuta me preguntó por qué no había estudiado letras o literatura cuando dice verme un claro perfil de escritor.

Dice el PMP (Pensamiento Mágico Pendejo) que todo llega a su tiempo y que las cosas pasan por algo. Pero eso no me sirve. Aunque esto sólo pasa cuando me cubro con mi cobija pesimista y pienso pendejadas. Estériles pendejadas. Quisiera creer que a todos nos pasa. Mal de muchos...

Luego está la terapia. Mi buen Odin Dupeyron dice que fue a terapia a los veintiún años: yo llegué a los treintaisiete. ¡¡¡Puuuta!!! Un abismo después. Y aquí vienen recriminaciones más fuertes y traumantes: qué hubiera pasado si hubiera llegado al diván algunos (al menos diez) años antes. Quién sería ahora. ¿Sería más feliz? Sería capaz de convivir conmigo sin boicotearme.

Sólo son pensamientos. Pero no puedo evitar pensar, aunque la mayoría de las veces sean sólo pendejadas. Pensar que voy retrasado, por ejemplo. Pensar porqués incoherentes. Pensar, aunque pensar pueda ser tan dañino como necesario.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Dramas cinéfilos


Creo que la gran mayoría de la gente al ver el poster de esta película pensará que se trata de una comedia, digo, es Ben Stiller, el de Loco por Mary. Y aun si uno no conoce el nombre del famoso actor lo puede reconocer por alguna de sus chistosas películas. 

Hasta aquí estoy de acuerdo, alguien que no comparte conmigo el virus de la cinefilia difícilmente habrá leído la sinopsis y visto el trailer de la cinta. Pero hay que ser demasiado holgazán –y en eso hay niveles bárbaros–, para no acercarse a leer los dos pequeños comentarios que sobre la película se exhiben en el citado afiche. En ninguno de los dos hay la más mínima referencia hacia un filme cómico. De hecho en el de la parte superior se habla sobre el gran trabajo dramático del famoso actor.

La película es un drama, en todo caso un drama cómico, de un humor bastante caústico; una de esas películas en las que se te escapa una carcajada ante lo absurdo o jodido de la situación. Si pagaste por ver una comedia simplona para acompañar con las palomas y el refresco ésta no era la opción a elegir, debiste entrar a ver la de Thor que tiene una inesperada comedia. 

Es una de esas películas que me gustan, sobre la vida; generalmente sobre su lado jodido y contradictorio, de esas que te reflejan en alguna parte y te hacen preguntarte cosas. 

Había en la función bastantes personas jóvenes, con jóvenes me refiero a menores de veinte. Incluso había dos niños con su padre. Además la película estaba en inglés, su idioma original. Creo que esta última fue la razón para que un señor se levantara de su asiento a menos de un minuto de haber comenzado la función, regresó e instantes después salió con su esposa de la sala. 

Hasta ahí todo bien. Mis solitarias risas contrastaban con el silencio del lugar. Yo estaba satisfecho. Me pareció una muy buena película. Pero tres asientos a mi derecha se había sentado una pareja que llegó como diez minutos después de iniciada la función, y mientras aparecían los créditos finales de la película, la chica le dijo algo molesta a su novio que la película no le había gustado ni tantito, a lo que el chico se quejó de que había sido un error poner a ese actor de películas divertidas en un papel tan lúgubre –un casi cincuentón en plena crisis existencial–, aunque no usó ese adjetivo.

Pero bueno, es una de las cosas que pasan cuando entras a ver lo que sea, lo que esté más próximo a empezar o lo que ya ha empezado pero es protagonizado por quien crees que sólo hace películas chistosas.

Otro drama.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Divagues en torno a las canciones tristes



Hey Jude,
 don't make it bad, 
take a sad song and make it better… Me gustan las canciones tristes, demasiado. Será porque hacen juego con mis ojos tristones. No sé, pero las prefiero sobre otro tipo de canciones. Quizá es por mi vocación masoquista, por ese saborear el dolor que narra El triste. Será el sereno, pero eso me ha gustado podría decir que desde siempre. De hecho creo que es precisamente El triste mi primer canción predilecta, aunque entonces estaba tan lejos de experimentar esa dulce tristeza en carne propia.

No creo que una buena canción triste pueda ser mejor, refiriéndome al verso de Hey Jude. Pero sí podría serlo al ser más triste, más desgarradora. Puede encontrar una interpretación que la dote de ciertas características que la vuelvan mejor, aunque quizá sea sólo el deslumbre por la novedosa voz; un timbre adecuado para digerir más dentro la cantada desolación.

¿Por qué es tan popular José Alfredo Jiménez o Juan Gabriel o las interpretaciones de José José? ¿Por qué alcanzó tal fama Adele? No hablan de felicidad ni buenos deseos ni de los buenos pensamientos que se supone deben regir nuestra vida, ya que lo que pensamos es atraído hacia nosotros con un imán infalible. Tratan sobre el estar tirado revolcándote en tu dolor, rolling in the deep, del respirar por la herida tontamente taponada con cualquier cosa. Porque como dice Sabina no hay buenas canciones de amor felices, y ¿sobre qué otra cosa podría cantarse?

Por eso no soporto a mi José Alfredo cantado por esa tropa de tipludas de moda (Lafourcade y anexas), José Alfredo descafeinado le llamo, y José Alfredo no puede ser así, sería como un trago sin alcohol: ¿somos hombres (lo que sea que eso signifique) o payasos? Chavela Vargas opaca a todas esas escuinclas nalgas miadas (siento que así las llamaría ella, jajaja) y le regresa lo triste a la tristeza de esas canciones, himnos algunos.

O José Alfredo interpretado por Luis Miguel, ¿de qué putas se trata esto?



miércoles, 8 de noviembre de 2017

José y María

Si recuerdo bien mis lecciones bíblicas, y el imaginario colectivo de la inmensa comunidad católica que me rodea, mientras que María, la virgen, la madre de dios, era un ser divino: purísima y castísima antes incluso del parto, José era un tipo cualquiera, una buena persona pero sólo eso. Un hombre hermanado a todos los demás, pecador desde el momento de su nacimiento.

Si nos portamos bien y nos creemos la historia nada sobrenatural sobre el nacimiento de Jesús, desde su concepción, damos por hecho que José, ese tipo común, no tuvo nada que ver en la procreación del salvador (aleluya), aceptamos también el hecho de que el espíritu santo fue quien preñó a María vaya dios a saber de qué divina manera. Ok, sin broncas. Ni el salvador ni su madre están contaminados por haber pisado este mundo pecador.

Pero, y aquí está el pero que vale, una vez que María cumplió su divina encomienda debió de cumplir con sus obligaciones como esposa. Porque recordemos que José era un tipo común, con deseos y lujuria como cualquier otro mortal, y hasta la mujer más casta olvida todos sus pregones cuando tiene unas manos diestras recorriéndole el cuerpo y además no peca, ya que se trata de su esposo. De forma que María dejó de ser virgen en algún momento. Supongo que pasada la cuarentena.

Y aunque para los católicos la lógica es algo de lo que no se preocupan, según ésta, María fue lo feliz que pudo junto a su esposo teniendo sexo matrimonial. Como dios manda.

Porque en caso de que María haya conservado su virginidad: José se iba de putas una vez por semana o era un eunuco. No encuentro otra opción "lógica".


viernes, 3 de noviembre de 2017

tan lejos de dios


Aquí en México el idioma que hablamos, que yo llamo español mexicano, nos viene del castellano, al que generalmente llamamos español. Es un castellano que se amalgamó a ciertas palabras de náhuatl, que era la lengua dominante en el centro del país, mas no la de mis ancestros jñatjo (mazahuas).

Pero siendo que este hermoso país está tan lejano a dios y tan cerquitita de los Estados Unidos, es que las nuevas palabras, emanadas de las nuevas tecnologías, las hemos tomado del inglés; así que a pesar de hablar “español” nosotros no tenemos ordenadores ni móviles, tenemos computadoras y celulares (computer and cellphone).

De hecho, podría jurar –poniendo mi colección de Mates como garantía– que ahora tenemos en nuestra habla cotidiana muchos más anglicismos y algún que otro término francés –por aquello del buen gusto–, que palabras prehispánicas. Digo, hay lugares donde te podrías creer que estás en algún lugar de gringolandia viendo todas las marquesinas de restaurantes y tiendas en inglés. Is this real?

Pero bueno, el detonante de toda esta perorata inútil fue que al buscar una imagen para ilustrar el posteo anterior sobre las seños, me encontré con que en una buena parte de Latinoamérica, si no es que en toda ella, a las maestras desde preescolar hasta sexto de primaria se les sigue llamando seño, como yo llamaba a mis maestras en el kínder y como en este país no he vuelto a escuchar que llamen a las educadoras.

Pero qué quieren mis estimados lectores, estamos tan cerca del imperio que poco a poco se están apropiando de nuestro idioma, y tan lejos de diosito que poco podría hacer para evitarlo. Oh my god!