viernes, 1 de julio de 2016

andando entre niños


Siempre he sido niñero. Me refiero a que me la paso bien estando con niños pequeños. Aunque creo que es más el hecho de que los niños pequeños me siguen y se hacen muy rápido mis amigos, y bueno, a mí me agrada estar con ellos y ponerme a jugar sin que nada más importe. Hubo un tiempo, cuando era adolescente, en que prefería estar con los pequeños que con los de mi edad o los mayores, no me sentía parte de ellos ni me sentía cómodo.

Pero los niños siempre me han seguido por alguna causa, incluso aquellos a los que acabo de conocer; será que soy un niño grande. He sido el amigo de muchos de mis sobrinos y de algunos de mis primos.

Una vez en casa de mi abuelita uno de mis sobrinos me dijo una verdad en la que yo no había reparado: “Los papás son bien huevones”, me dijo con toda la confianza que le inspiraba estar conmigo, “porque siempre te mandan a hacer algo pero ellos no están haciendo nada y quieren que tú lo hagas”. Ese niño trajo la luz, yo jamás había reparado en ello.

La sorpresa más reciente me la ha dado la más pequeña de mis primas, la que hace pocos meses hacía hasta lo imposible por no saludarme ni darme un beso. El día del cumpleaños de su papá, cuando llegué y la saludé me convidó de su pastel y fue por su computadora de Dora la exploradora para enseñármela y jugar conmigo, luego me invitó a su cuarto para enseñarme sus muñecos de peluche.

La semana pasada le dijo a su mamá que me invitara a verla bailar en su baile escolar. Fui a verla, y fue muy emotivo para mí que al terminar el evento, cuando me vio, corrió a abrazarme y me dijo feliz: veniste. Esas son cosas que no tienen precio y que llenan el alma. Ser querido por esos seres que dicen la verdad y dan amor sin pensar en estupideces de adultos.




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