“La inesperada virtud de la ignorancia”.
Bendito el ignorante, el que no sabe, el que no se atormenta con preguntas que
no puede responder, o que responde fatalmente, con los peores escenarios y las
más nefastas posibilidades. El que es feliz en su desconocimiento. Ese
ignorante que vive su día a día, sin esperanzarse con un futuro feliz,
relativamente feliz, me refiero; con ciertas alegrías que puedan opacar el gris
casi monocromático de todos los días: la risa contagiosa ante el pedo largo y
sonoro cuando ninguno lo esperaba; la confusión y la carcajada al escuchar algo
disparatado y sin sentido; el meme compartido, tan estúpido y risible, esas
risotadas sinceras, grandiosas. Ese que no piensa en un futuro al que quizá no
llegue, que no se atormenta con las posibilidades de cada cosa, que no se cansa
pensando. Que puede creer que con sus rezos y plegarias recibirá la ayuda
requerida, que se siente escuchado y cobijado por ese dios que lo ama a pesar
de conocerlo, porque es su hijo y su hermano a la vez. Ese hombre que se siente
resguardado tras recitar apurado una oración.
lunes, 30 de marzo de 2015
lunes, 23 de marzo de 2015
Confesiones II
Esto es una continuación de lo narrado en Confesiones, no consecutivo, pero parte del mismo texto. Aunque se puede leer por sí solo.
Conocí a Leticia en esa fiesta a la que no quería ir, porque no quería ver a nadie. Porque no quería ver de nuevo esas expresiones de ‘pobrecito lo dejó su vieja’, porque no quería enfrentar de nuevo a los preguntones y chismosos que todo quieren saber, aun si ni siquiera son tus amigos. Porque no quería sentirme desnudo de nuevo frente a todos, cubriendo mis miserias, vulnerable y patético, con la mirada más triste que nunca. No recuerdo como es que decidí ir, pero lo hice. Si habrá sido la labor de mi buen amigo o mis ganas de no discutir. No lo recuerdo, pero no es importante. Fui. Estuve. Y mágicamente, ya muy entrada la noche, ella decidió hablar conmigo. Por qué, tampoco lo sé. Creo que estaba aburrida, y yo o alguien más daba lo mismo. Por fortuna fui yo. Estaba sentado en un sofá con mi ron en la mano, alejado del bullicio; mi mirada perdida en un mundo de pensamientos e ideas.
Se acomodó en el sofá para estar más cómoda, yo eché una mirada
rápida, y según yo, discreta, por todo su cuerpo, comprobando que tenía un
físico muy agradable: buenas piernas, ni gorda ni flaca, pechos medianos. Ideal
para cualquiera sin más pretensiones que terminar en una cama o un sofá
haciéndole lo más parecido al amor. Ideal para mí, que sólo quería coger con
alguien, que alguna me cogiera: besarla, abrazarla, estrujarla, lamerla,
morderla, penetrarla y sentir su cuerpo sudando junto al mío. Alguien, que me
hiciera sentir al menos por unos minutos que valía la pena abrazarme y hacerme
el amor. Pero no quería precipitarme, echar a perder la oportunidad. De todas
maneras era decisión de ella si quería compartirme su antojable cuerpo, no mía.
Las mujeres tienen ese poder de elección: me lo tiro o no me lo tiro. Nosotros
podemos hacer todos los malabares que queramos, pero no decidimos un carajo.
Estamos a su merced y a su gusto.
Hablamos de muchas cosas. Cantamos alguna canción que se atravesó
en nuestra plática. Reímos, reímos bastante. Que ella riera era una absoluta
victoria, tanto en mis planes donjuanescos, como estéticamente hablando. Pocas
cosas hay más bellas que la sonrisa de una mujer que te atrae. Yo intentaba
parecer lo más agradable posible, como siempre; como siempre que hay una mujer,
posible compañera de cama, enfrente. El más gracioso, divertido, inteligente
posible. Dentro de lo que cabe: no puedes sacar al Humphrey Bogart de
“Casablanca”, de las entrañas de Capulina. Imposible. Y a menos que sea una
estúpida, se te caerá el castillo de naipes al primer suspiro suyo, en el que
exhala la decepción por una imitación tan patética, tan vulgar. ‘En verdad este imbécil cree que me iba a
tragar eso. Por favor’. Pero ahí sigues. Su risa es el combustible que hace
graciosas tus anécdotas, que le da vida a tu voz, que te vuelve la persona más
elocuente y divertida con la que ella se haya topado jamás. Y ver sus ojos
posados en los tuyos, atentos, divertidos, bellísimos, mientras sonríe. No hay
comparación para eso. Eres dios, todo lo puedes. La oxitocina que recorre tus
venas sin freno te da todo el poder que le otorga esa atenta mirada, que
agradeces hoy más que nunca, que quisieras tener por siempre. Descubrir
esperanzado tantas cosas en común entre los dos. Una esperanza mezclada con
miedo, un miedo que nacía de mi estómago y me pedía no echar las campanas al
vuelo todavía. ‘No seas idiota por favor’.
Pero quisieras obedecer tus instintos y abalanzarte sobre ella y besarla como
nadie la ha besado, que tus manos al tocarla le expresen todo lo que te ha
hecho sentir. Que sienta cómo te tiene, cómo te ha puesto. Y armarte de valor y
susurrarle al oído que le quieres hacer el amor como nadie lo ha hecho, unos
segundos antes de besarla con mayor intensidad, más lujurioso y más enamorado.
Pero no lo haces. Sabes que no lo harás. Aunque en tu mente todo parezca ideal,
no te atreverás. Tu inmensa inseguridad aún domina tus pasos, se adueña de ti.
Ahora más. Qué tal que echo a perder todo. O si me dice que no le intereso para
eso, o que no está buscando nada, o que sólo podríamos ser amigos. Mi miedo es
más grande que mi deseo. Ahora más.
miércoles, 18 de marzo de 2015
Pequeños apuntes de cotidianidad
Dijo González Iñárritu en uno de los
discursos de sus 3 oscares que esperaba que México tuviera el gobierno que
merece. Una vez que miras a tu alrededor y contemplas la putrefacción evidente
de tu país, sí, ese que te dijeron que era el más bonito, el más chingón,
parece que se equivocó el negro: tenemos el país que nos merecemos. (Los
gobiernos son elegidos por las mayorías, al igual que se hacen las generalizaciones,
qué le vamos a hacer. Sé que no todos entran en el mismo costal.)
México es un país desinformado, que lee
poquísimo y lo que más se lee –hojea, sería más pertinente decir–, son chismes
de farándula o deportes. Un país donde se siguen reproduciendo los mismos
esquemas de corrupción y la idea del bienestar común es de dientes para afuera.
Un país donde las personas más seguidas en
redes sociales son artistitas superficiales (Paulina Rubio, Anahí, Thalía) y
por ese mismo medio se propagan agresiones y descalificaciones sin sustento.
Para que algo cambie en materia de leyes
debe ser aprobado por las cámaras de representantes, cámaras que aprueban y
desaprueban a su conveniencia (ya hicieron algo de justicia al recortarse 100
pesotes de su escaso salario), y su conveniencia, como es de suponer, sólo
conviene a ellos.
Tenemos un gobierno carente de legitimidad
que gobierna con mucho menos del 50% del apoyo del electorado, cosa que no
cambiará porque a los partidos y sus representantes no les conviene: total, que
siga ganando el menos peor o el más guapo.
En fin.
Todos sabemos de las casas, los contratos
y los regalos; de los gastos, los vestidos y los excesos; de los desaparecidos,
asesinados, de la impunidad y el narcoestado; de la censura, los lameculos y el
abuso de poder. Pero parece que no pasa nada.
Sólo reír de los memes de moda y compartir
los artículos de indignación sin haberlos leído. Sólo eso.
miércoles, 11 de marzo de 2015
Perros, gatos y prejuicios
Dice una canción de Arjona: “te heredan
sus complejos, iglesia y hasta equipo de futbol”. Dice otra de Serrat: “cargan
con nuestros dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro
porvenir”. Pocas cosas son más ciertas. Los hijos heredamos las creencias y
prejuicios de nuestros padres, sus supersticiones y gustos. No nos queda de
otra.
En mi casa por ejemplo, los gatos están
malditos. No puedo ver uno sin sentir algún tipo de repulsión o molestia.
Aprendí a odiarlos. De niño escuché bastantes historias con ellos como los
malos del cuento: personajes diabólicos, empeñados en dañar, seres
despreciables.
Contrario a ello, desde muy pequeño supe
que el perro era el mejor amigo del hombre. Y desde que nos mudamos a una casa
grande, siempre ha habido uno o dos perros en la casa. Además, vimos algunas
películas donde los perros eran artífices de grandes proezas, héroes incluso.
Así que, aprendí que el perro es un ser
casi celestial, mientras que el gato podría ser un demonio. El fiel y el
traicionero, el lindo y el ingrato. El bien y el mal encarnados en dos
animales, antagonistas por decreto no sé de quién. Más adelante vi las cosas
diferentes. El perro es dependiente, mientras el gato es libre.
Pienso, que si tuviera que elegir una
mascota, me inclinaría por un gato; tampoco aprendí a acariciar perros, salvo
cuando eran muy pequeños (el perro servía para proteger la casa, no para jugar
con él), pero al parecer son más sencillos de atender, mucho más limpios
también. Aunque siendo sincero, no necesito cuidar un animal para sentirme
bien.
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