Has oído tantas veces que si piensas las
cosas, éstas pasan. Que tú mismo las proyectas, las sentencias, las decretas.
Que el poder de la mente es infinito y que querer es poder. El universo
conspira en tu favor. Bueno, eso es lo que has escuchado.
Pero si bien hablan de decretar y
proyectar cosas y tomar las riendas de tu vida a través de tu mente y su
infinito poder, también flota en el aire con toda la fuerza de que es capaz,
aquella sentencia lapidaria que dice que si quieres hacer reír a dios, le cuentes
tus planes.
Y aquí no vale ser ateo, este dios puede
ser el destino, la casualidad o la desgracia de una serie de actos
desencadenados por otros previos.
¿Y entonces? ¿A quién hacerle caso?
A la mente positiva omnipotente que
materializa todo o al caprichoso diosdestino que se ríe a nuestras costillas,
estropeando nuestros planes por deporte, por el puro gusto de mirar nuestra
cara de imbéciles, que no pueden creer como “el secreto” no funcionó como nos
platicaron.
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