Leí “El extranjero” cuando tenía 16 años,
en clase de Literatura en la preparatoria (Confesiones de un lector). Fue el primer libro que me turbó,
que me movió cosas dentro. No podía entender al personaje. ¿Cómo concebir, con
la educación que había recibido, en el contexto de mi vida, a una persona a la
que le importara un carajo su vida? Me parecía ilógico.
La pasividad del personaje frente a lo que
está viviendo me conflictuaba mucho. Su total apatía. Esa indiferencia no era
lo que había yo aprendido.
Todo o nada. Genialidad o inexistencia. Si
no eres capaz de hacer algo extraordinario mejor ni te molestes. Si no estás
dispuesto a perder lo poco que has ganado no mereces ganarlo todo en una sola jugada.
Preferible ser invisible si no se puede ser grandioso, pero nunca quedarse en la
mediocridad, esa del: lo importante no es
ganar sino competir.
Ésta es la premisa de “El apostador” (The
gambler), encarnado por Mark Walberg (Jim Bennett); un profesor universitario de literatura,
convertido de noche en un temerario apostador. Un hombre que sólo responde a la
adrenalina del todo o nada, y no teme ni siquiera morir, al no poder pagar sus
deudas. El chiste es jugar: ganar o perder es circunstancial.
Jim Bennett es el extranjero. Qué más da
ganar o perder, pagar su deuda o perder su vida. La vida es un juego de dados.
Finalmente, ya lo dijo José Alfredo
Jiménez: La vida no vale nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario