lunes, 29 de septiembre de 2014

De adaptaciones.


Fui a ver hace 8 días la versión gringa de Old boy. La original, la coreana, una de mis películas favoritas. Fui a verla por curiosidad, para poder compararlas. No puedes hablar de lo que no conoces, y aunque el cliché diga que las copias siempre son malas, llega a haber sus excepciones. Además la dirigió Spike Lee, ningún amateur.

La película confirmó mis sospechas: es muy inferior a la original. Como muchos productos gringos, con un empaque más llamativo, espectacular y colorido; más morbosa (el motivo de la muerte de la hermana, por ejemplo), pero más corta y mojigata en ciertos aspectos (el destino de la lengua del protagonista); lo que la reduce a efectista. Y aunque la original es muy violenta, la violencia de esta nueva versión es mucho más gráfica y de nota roja.

Me hizo recordar el mismo caso con Los hombres que no amaban a las mujeres, llamada por allá: La chica del dragón tatuado. Ésta para mí decepcionante, ya que esperaba más riesgos en la dirección de David Fincher. Pero pienso en los mismos calificativos, si la comparo con la versión sueca. Una Lisbeth Salander más estrafalaria, pero nada más.

Se supone que se realizan estas adaptaciones para llegar al público norteamericano, reticente a leer subtítulos. Hechas con estrellas de su industria, llamativas en las carteleras (en estos casos: Daniel Craig, Rooney Mara, Stellan Skarsgard, Samuel L. Jackson y Josh Brolin). Pero como digo, me parecen versiones descafeinadas, sombras de sus originales.

Pero bueno, el chiste es seguir haciendo billetes.




miércoles, 24 de septiembre de 2014

Breves apuntes sobre los abuelos


“Los nietos son amansa abuelos”, dicen en mi familia. Sobre todo después de ver la transformación vivida por mi abuelo; tan duro con sus hijos, ablandado por sus nietos. Esos “locos bajitos” que todo pueden, que sacan sonrisas de las facciones más duras e inamovibles.

Pienso que es una bendición para una persona el poder disfrutar de sus nietos, el poder gozarlos, poder vivir a su lado, en su compañía. Convertido el abuelo en amigo y cómplice, de aventuras y travesuras; el cómplice perfecto, ese que no fallará.

Le escribí a mi padre en un libro que le regalé, que mi hijo era muy afortunado por tenerlo a él, pero mucho más él por tener a Gil, por gozar de su cariño y compañía. Por dejarse endulzar la existencia, por permitirse jugar como niño, como tal vez nunca pudo, tirado en el suelo, sin que nada más importe.

Y el tiempo invertido ha tenido su recompensa. Cuando Gil llega a la casa, corre a buscarlo, a asustarlo, a sorprenderlo. De su abuela ni se acuerda, sin tiempo no hay recompensa; es su abuelo a quien le jala los bigotes y con quien jugamos a las escondidas, creo que nunca lo había hecho.

Me hubiera gustado tener una relación cercana y amigable con alguno de mis abuelos. Mis circunstancias fueron otras. Yo fui el nieto “diez y tantos”, ninguna novedad, ni siquiera el primero de mi casa; hay tantos primos antes que yo. Pero además, mi familia nunca fue asidua visita en casa de ninguno de los abuelos, no como otros, que pasaban por ahí cada ocho días, incluso quedándose todo un fin de semana.

Me molestan mucho las quejas sobre que los abuelos de ahora deben cuidar a sus nietos, ante la imposibilidad física y/o económica de los padres: A nosotros nadie nos ayudó, sentencian. Claro, esto lo dice quien no lo vive. Mi querida tía Lupita, estuvo hace unos años muy mal de salud, pensamos que se nos iba. Ya repuesta, cuidaba a sus 3 nietos, los llevaba al kínder, les daba de comer. Mi prima le dijo que ya no le iba a llevar a sus 2 hijos, para que pudiera descansar: “Si me quitas a mis niños me muero, ellos le dan luz y felicidad a mi vida, además me mantienen ocupada”. Y aunque la querida Lupita muchas veces se pasa de solapadora y consentidora, pienso que es invaluable lo que ella puede vivir con sus nietos, con sus “lupillos”.

Y en este mundo moderno, de realización personal profesional, donde una chica que se embaraza es además de estúpida, inconsciente; hay tantos esperando poder conocer la dicha de ser abuelos.





lunes, 8 de septiembre de 2014

Herencias (genio y figura...)


Cuando era niño, en la familia me decían que me parecía a mi padre. Que era igualito a él, físicamente hablando. La verdad es que yo no me lo creía, no encontraba ningún parecido físico, no veía eso que todos observaban tan claramente.

Al crecer, en la adolescencia, me di cuenta que era idéntico a mi padre, sólo que no físicamente, sino en su forma de ser. Era exactamente igual a él. Muy a mi pesar. Creo que ya he contado la vez que mi madre me soltó colérica, molesta, harta: Eres igual a tu padre; y yo socarrón, le contesté: Pues a quien querías que me pareciera, tú te casaste con él. Ella lo eligió.

El primer paso, o al menos uno de los primeros para cambiar algo, es darnos cuenta de la situación o el problema. Yo sé todo lo que no me gusta de mi padre. Yo sé todo lo que no me gusta de mí. Y si soy sincero, sí creo que he podido cambiar algunas cosas que me he esmerado en cambiar. Otras muchas ahí siguen. Algunas pernoctando levemente, esperando la más ligera oportunidad de hacerse presentes. Otras, se dejan ver sin el menor pudor, no lo conocen.

La verdad es que nunca he tenido una buena relación con él. Nunca nos hemos llevado bien(De niño le temía, a sus gritos y sus golpes. Claro que lo quería, como todo niño quiere a su padre: que los papás así son: regañan y pegan). Creo que por eso me esmero tanto con Gil.

Él siempre se llevó mejor con mi hermano. Cuando hacía trabajos en la casa, la mayor parte de las veces le llamaba a él para que lo ayudara, porque pasaba un mejor rato en su compañía. Mi hermano no veía lo que yo un día descubrí, mi hermano pensaba que mi padre me consentía, al no llamarme a trabajar, no pensaba que lo hiciera porque prefería estar con él que conmigo.

Alguna vez se lo comenté a Daniel en una borrachera (in vino veritas), no contestó nada, me dio la razón. Pienso que se ve reflejado en mí y no le gusta lo que ve. Yo tan él, Daniel tan diferente.

Cuando vi El gran pez, nos vi reflejados. En cuanto a la distante relación entre padre e hijo, que ahí ellos dos son muy pero muy diferentes. Se la regalé en una navidad.

Iba a hablar de la libertad que tenemos. La cierta libertad que se nos concede al ser de tal o cual forma, por herencia, por ¿signo zodiacal?, por temperamento. Iba a hablar de mí en relación con mi padre, con respecto a eso.


Mi madre decía: si tienes fuerza de voluntad puedes ser diferente. Usa toda tu fuerza de voluntad e intenta dibujar como yo lo hago, le respondí, te aseguro que nunca podrás.


martes, 2 de septiembre de 2014

Para qué sirve una reflexión.


¿Para qué sirve una reflexión? No sé si ésta parezca una pregunta estúpida, pero a mí me parece pertinente. ¿Cuál es el sentido que tiene una reflexión en nuestra vida?

Una reflexión, evidentemente, sirve para reflexionar. Según el DRAE, reflexionar significa: Pensar y considerar un asunto con atención y detenimiento para estudiarlo, comprenderlo bien, formarse una opinión sobre ello o tomar una decisión.

Como acertadamente dice la definición, tras el proceso reflexivo, se toma una decisión. Así que después de haber reflexionado, uno tendría que llevar a cabo un cambio, ya sea de pensamiento o de acciones; tomar una decisión y cambiar ese aspecto de la vida sobre el que se llevó a cabo la reflexión.

Esto, claro está, es simplemente en el terreno de lo formal.

Al menos en lo que a mi realidad se refiere –que es por la única que puedo hablar–, después de que las personas se ponen en contacto con una hermosa reflexión, no pasa absolutamente nada. De hecho, no hay siquiera un proceso reflexivo: pensar, más que sólo leer, y pasar a otra cosa, o a otra reflexión.

Entonces, cuál es el fin de toda esta vorágine de buenas intenciones, de este caudal de buenos pensamientos. Pienso en varias opciones, pero en realidad no lo sé.